Las palabras no sirven para describir lo que anoche se vivió con la primera venida de Sigur Rós en solitario a la Ciudad de México al mejor recinto del país. Estos conciertos son de los que se sienten con el alma, de los que te mantienen impaciente y te convierten en alguien muy frágil a lo largo de toda la interpretación. Vimos llorar a muchos; a otros tantos ansiosos. Las palabras para describir este concierto se nos esfuman en suspiros. Es increíble la calidad de músicos que son, interpretando temas de la mayoría de sus discos tan sólo ellos 3, con ayuda de secuencias y loops previamente grabadas. Es indiscutible que sean de las bandas más grandes e importantes de Post Rock, así como headliners en los festivales más importantes del mundo. Al ingresar al recinto, se percibía una atmósfera extraña, con el escenario obscuro y unas luces que se difuminaban entre gas niebla produciendo el efecto Tyndall.
Los islandeses se dieron el lujo de traer 2 sets en el mismo concierto, tocando 3 temas nuevos, de los cuales sólo 1 tiene lanzamiento oficial, ya que los demás sólo han sido tocados en vivo. En la primera parte escuchamos temas que apenas tocaron en la gira del 2016, pues tenía más de 10 años que no las interpretaban. Temas con finales tan emocionantes que son capaces de quebrar a uno en lágrimas tanto por la conmoción como por la euforia y poder que entregan. La primera canción, “Á” fue un tema nuevo, con un inicio obscuro de frecuencias graves y Orri pegando en los tambores, pero que poco a poco se va volviendo más optimista. Una de las canciones más tristes de su discografía fue la segunda en sonar en el Auditorio. Se trataba de “Ekki Múkk”, un tema del hermoso disco que es el “Valtari”, lleno de atmósferas y dulces cadencias, y que además fue el último en el que estuvo Kjartan Sveinsson, culpable en gran manera del característico sonido de Sigur Rós. Goggi se encargaba de las secuencias ambientales, mientras Orri pegaba sutilmente en las teclas de los controladores y Jónsi hacía lo propio en la voz y guitarra. A continuación vendrían 2 temas de su místico tercer disco, el sin título, o también conocido como “Svigaplatan”. Orri Páll tiene la capacidad de discernir en qué momento es propicio dar un baquetazo contundente y en qué momento ser más sutil. En el final de “E-Bow” y “Dauðalagið” dio muestra de ello, llevándonos en cerca de 20 minutos de catarsis con estas 2 canciones.
Desde que se escucha la secuencia en tono de A, mucha gente distinguió que se aproximaba uno de los favoritos: “Glósóli”. Es uno de los temas que más trabajo le cuesta a Jónsi en la voz, y esto fue notorio, ya que en las últimas partes donde cantaba, se veía algo resentido de la garganta, pero eso no impidió que se soltara todo el poder ascendente que tiene esta canción que disipa toda una atmósfera en cuestión de segundos con unos inocentes xilófonos. De pronto Jónsi se dirigió al público diciendo que presentaban una canción nueva, nunca antes tocada en algún otro lado. Así que tuvimos el placer de escuchar “Nidur”. Con este tema Sigur Rós deja más en claro el camino y sentido de composición que tienen ahora los 3 en solitario. Finalmente cerrarían la primera parte con un tema que fue lado B llamado “Smáskifa”. Fue tocado muchas veces en la gira de los años 2005 y 2006. Para estas presentaciones, retomaron los visuales de esa canción y los modernizaron. Se trata de unos pájaros en un alambre que van y vienen, pero ahora parecen espectros o espíritus.
Tras 20 minutos para despejarnos, los miembros del staff trabajaban en modificar “la jaula”, como se le conoce a la producción de la banda. Juegos de luces, mallas electrónicas y un riel con una cámara móvil que proyectaba en las pantallas la toma con una animación encima, dándole un toque único al concierto. Regresaron con el tema más reciente que han publicado: “Óveður”, con tintes obscuros y percusiones electrónicas, que causaban un mayor impacto en cada golpe que daba Orri sobre los pads y salían secuencias de leds. Uno de los temas más bellos que hayan hecho, “Starálfur”, fue interpretado ayer. En la versión original tiene toda una orquestación con cuerdas, latones e instrumentos de viento, pero aquí se las arreglaron ellos 3 y nos hicieron llorar a varios de los presentes. Durante el arpegio, en los juegos de luces se reflejaban secuencias azules, de modo que parecía un flujo de agua que iba totalmente acorde con la melodía. Este par de canciones las ejecutaron dentro de la jaula con alrededor de 5 sintetizadores.
Seguía uno de los momentos cumbre de la noche con “Sæglópur”. “Encerrados” todavía en la “jaula”, comenzaron y tras una parte entre estrofas, procedieron a coger sus instrumentos dominantes y desatar el infierno. Tras 2 veces repetida la misma estrofa, venía una parte de la que es imposible desprenderse. Orri en el teclado alternando con compases de 4/4 y 2/4, mientras Jónsi dibuja gestos en su rostro y Georg puntea con quintas el bajo. Orri Páll se ha vuelto un hombre más dinámico, pues tanto puede pegar de golpes sobre los platillos como puede digitar suavemente las teclas. Así lo hizo con “Vaka”, canción que lleva el nombre de su niña, y tema con el que sorpresivamente Sigur Rós le gano un premio MTV a bandas del calibre de The White Stripes, Queens Of The Stone Age y Unkle en el 2003. Fue un momento muy emotivo en el que lloramos en “Vonlenska”, jerga en la que es cantada todo el tercer disco y canciones de otras producciones, pero que en realidad no tiene significado alguno.
Si hubo un momento para admirar más de cerca a Jónsi fue en “Festival”, tema que apareció en la película “127 Horas”, extraída de su quinto álbum, el más alegre, el más colorido. Jónsi comienza punteando las cuerdas con los dedos en vez del arco, pero de pronto llega un momento en el que prolonga una nota de una manera verdaderamente admirable. No contamos el tiempo, pero nos dejó boquiabiertos e inmediatamente el público se deshizo en aplausos y chiflidos de exaltación. El excitante final vendría junto con sus compañeros y el característico sonido del Fender Jaguar Bass, mientras Jónsi iba y venía de un lado del escenario. Su emoción era demasiada, tanto como la nuestra.
En su séptimo álbum “Kveikur” reformaron totalmente su sonido, haciéndolo más agresivo, y es que si lo comparamos con su predecesor, el “Valtari”, son muy contrastantes. Veíamos muy difícil que sonara algo de dicha producción, pues para elaborarla contrataron a The Okkr Ensemble, que son 8 integrantes, y entre ellos el hermano de Goggi. Aún así, se aventuraron a retumbar las paredes del Auditorio y pudimos ver a Goggi hacer tapping y slide down con el bajo. El final distorsionado fue explosivo. Nos estaban preparando para el final, y es que es costumbre siempre cerrar con “Popplagið”, pero antes vendría “Fljótavík”, un sencillo tema en el que el piano es el instrumento predominante. Una vez más, interpretado por Orri. No se notaba la ausencia del cuarteto Amiina, quienes les acompañaron durante 4 discos en las cuerdas. Incluso supieron suplir muy bien la ausencia de Kjartan. Es de admirarse el estudio que le dedicaron a todas las canciones y la inversión de tiempo para saber cómo adaptarlas entre ellos 3.
Finalmente todos sabíamos que era el final del concierto con “Popplagið”. Al menos sabríamos que estaríamos en éxtasis otros 10 minutos como mínimo, y es que en vivo Sigur Rós ha extendido este tema hasta 16 minutos. Al comienzo se esperaría escuchar la guitarra que abre paso, que era la de Kjartan, pero Jónsi entró de lleno con el arco y omitieron esa parte. Dos versos y viene Orri con las escobillas a adentrarnos por un camino obscuro, mientras en las pantallas se reflejaba a Jónsi recargar la frente contra el micrófono y cantar el lamento con los ojos cerrados, mientras Goggi iba punteando más fuerte cada vez. Orri silencia y Goggi prende el Overdrive; Jónsi canta más agudo y empieza la agonía. Orri coge las baquetas y poco a poco pega más y más fuerte hasta desatar toda la furia y cólera que trae esta canción. Tanta gente cantando lo mismo no son canciones, sino himnos. El estruendo culminó con Jónsi lanzando su guitarra al piso. “The Bird” yacía tendida, ellos caminando fuera del escenario y todo el público de pie en ovaciones y llantos. Gente de las primeras filas bajaba hasta el pie del escenario esperando poder estrechar la mano de alguno de ellos, mientras otros brincaban y se arrebataban las baquetas que Orri había lanzado. Un concierto beatífico, magnánimo, no hay más.