Anoche, el Foro Indie Rocks se convirtió en un portal hacia una dimensión paralela, una donde el tiempo parecía disolverse entre capas de sintetizadores etéreos y visuales hipnóticos. Tycho, el proyecto musical liderado por Scott Hansen, se presentó ante un público entregado y expectante que llenó cada rincón del venue con una energía tranquila, pero cargada de emoción.
Desde que se anunció su regreso a la Ciudad de México, la anticipación fue creciendo como una marea que finalmente rompió en la colonia Roma Norte. Para muchos de los asistentes, era la primera vez viendo a Tycho en vivo; para otros, un reencuentro largamente esperado desde su última visita al país. La cita fue íntima, casi ceremonial, en un recinto que supo envolver la propuesta sonora del artista californiano con calidez y proximidad.
La noche comenzó puntualmente. Las luces se atenuaron y, entre una tenue neblina artificial, las primeras notas de “A Walk” se esparcieron como una brisa suave entre el público. De inmediato, se sintió ese sello inconfundible de Tycho: una mezcla de ambient, downtempo y post-rock, donde los sintetizadores se entrelazan con guitarras limpias y percusiones precisas. Todo ello orquestado por una banda que, si bien discreta en sus movimientos, fue impecable en su ejecución.
Tycho no necesita palabras para comunicar. De hecho, casi no las hubo durante el show. Hansen dejó que la música hablara, mientras en las pantallas detrás de la banda se proyectaban visuales diseñados por él mismo: paisajes oníricos, transiciones psicodélicas, colores cálidos y formas geométricas que se sincronizaban con cada beat. Fue una experiencia multisensorial donde el diseño visual y sonoro crearon una narrativa envolvente.
El setlist fue un recorrido por lo mejor de su discografía, desde piezas emblemáticas de Dive (2011) hasta los matices más recientes de Weather (2019) y Simulcast (2020). Cada canción era recibida con una ovación contenida, casi reverente, como si los asistentes supieran que lo que presenciaban era un acto de contemplación más que de euforia.
Uno de los momentos más emotivos llegó con “Awake”, tema que desató una oleada de aplausos y miradas cómplices entre los asistentes. La melodía, con su aire nostálgico y expansivo, parecía abrazar a cada persona en la sala. Muchos cerraban los ojos, dejándose llevar, mientras otros grababan pequeños fragmentos del concierto en sus teléfonos, conscientes de que se trataba de un recuerdo valioso.
Otro punto alto fue “Horizon”, donde el juego de luces alcanzó un clímax visual que envolvía al público en un caleidoscopio de naranjas, azules y violetas. La conexión entre música y visuales era tan armónica que por momentos parecía que se estaba dentro de una instalación artística interactiva, más que en un concierto tradicional.
A pesar del carácter introspectivo de la propuesta, Tycho logró algo poco común: generar comunidad sin necesidad de palabras. La audiencia, compuesta por jóvenes, adultos y hasta algunos niños acompañados por sus padres, se movía al ritmo de la música con una sincronía casi meditativa. No hubo empujones, gritos ni histeria; sólo una profunda admiración por lo que ocurría en el escenario.
Cuando el concierto llegó a su fin con “Montana”, el aplauso fue prolongado y sentido. Scott Hansen se acercó al micrófono, agradeció en un español tímido pero sincero, y prometió volver pronto. Su sonrisa, modesta y serena, decía más que cualquier discurso.
Tycho no solo ofreció un concierto, sino una experiencia inmersiva, casi espiritual, que dejó una huella sutil pero imborrable en cada uno de los presentes. En una ciudad tan vibrante y a veces caótica como la Ciudad de México, su música ofreció una pausa, un respiro, un viaje hacia lo esencial
.Salir del Foro Indie Rocks fue como volver del sueño. Las calles de la Roma parecían más tranquilas de lo habitual, como si el eco de las atmósferas creadas por Tycho siguiera flotando en el aire. Algunos caminaban en silencio, otros comentaban con sus acompañantes, pero todos coincidían en algo: anoche, fuimos testigos de algo especial.
escrito por: Monserrat Mendoza Montaudon
